lunes


Para los días de Fermín era muy necesario sentir el sol rozándole la piel, lo hacía sentir vivo. El siempre decía: "cuando pensas que estas arriba solo se ve oscuridad". Se notaba en cada cosa que hacía por su caminar.
Pasó el primer día de primavera voraz en su viejo itinerario, lugar muy ventoso, de altos pinos que casi el cielo tocan y de calles angostas. Ese día se dio cuenta que la queja ya no entraba en su vida.
Alejado del mundo, de donde sólo salía a dejar algo de él por algunos instantes, entendió que ese pedacito de cuerpo que dejaba abarcaría todos los momentos y, ese viento, maldito viento para una época de su historia, se había convertido en un viento sin palabras, simplificador de las cosas.
¡Candela se te callo la mochila!, le gritó Fermín a una niña que jugaba y andaba enfrente suyo por las calles del lugar.
¡No e mía, ta dompida!, le respondió la nena.
En la penumbra de quejas de sus días anteriores, en su interior marcado por el miedo y la vergüenza, un árbol lo hizo callar:
Deja de pensar, le dijo. Nadie más que él lo escuchó.
El golpe en la cabeza fue muy duro, pero no lo lastimó, sólo lo hizo transparentar.